Toda clase de pieles
Había una vez, hace muchos, muchos años, un reino muy
lejano en el que vivían un rey y una reina muy felices. El rey Charles era el
hombre más valiente que existía y la reina Elisabeth era la mujer más hermosa
del mundo. Tal era su belleza, que había gente que la comparaba con una diosa.
El rey y la reina eran felices y queridos por el pueblo,
pero les faltaba algo para completar su felicidad. Les faltaba un descendiente.
Después de mucho tiempo, finalmente llegó la buena
noticia: la reina esperaba un bebé. La preferencia de la mayoría era un varón
para poder heredar la corona, pero la reina decía que con que viniese sano era
suficiente.
Tras nueve meses, dio a luz a la niña más bonita del
mundo. Tenía unos ojos grandes de color marrón tierra y un cabello rubio
precioso como el de su madre.
Todos estaban entusiasmados por la llegada de la pequeña
princesa Hanna, pero la alegría duró poco, ya que los médicos informaron de que
la reina Elisabeth no terminaba de recuperarse del parto y que, posiblemente,
no aguantaría más de dos noches con vida.
Ante esta trágica noticia, el rey Charles decidió pasar
los últimos momentos con su esposa y no se separó de ella.
La reina Elisabeth se empezó a quedar sin fuerzas, y le
pidió al rey Charles que cumpliera dos promesas:
La primera de ellas era que encontrase un hombre digno
merecedor de su hija, que fuese valiente y atractivo para que su pueblo tuviese
un buen rey.
La segunda, era que le entregase a la princesa Hanna un
regalo por su mayoría de edad cuando llegase el momento. El regalo era un cofre
en el que guardaba una cadena con un colgante en forma de estrella que brillaba
como si de una del firmamento se tratase, y su propio anillo de boda.
El rey Charles se despidió de la reina Elisabeth con
tristeza y pesar y, tras unos años superando la pérdida, se puso en marcha para
cumplir las dos promesas que hizo.
El rey mandó a sus mejores hombres en busca del candidato
perfecto para la princesa Hanna, que era tan hermosa como su madre, o incluso se
podría decir que más. Tenía un cabello tan dorado como el sol y su cuerpo era
tan perfecto que parecía haber sido esculpido.
La princesa no estaba de acuerdo con tener que casarse,
ya que no lo hacía por amor, fuese cual fuese el elegido pero tras muchas conversaciones
con su padre, se dio cuenta de que el rey no iba a cambiar de padecer.
Se acercaba su mayoría de edad, así que su padre le
entregó el cofre que la reina Elisabeth le dio antes de morir. Al ver el interior
del cofre, la princesa Hanna ideó un plan, y le pidió a su padre tres regalos
de cumpleaños: el primero fue un vestido tan plateado como la luna, el segundo,
un vestido tan brillante como las estrellas y el tercero, un abrigo hecho con
toda clase de pieles.
El rey cumplió los deseos de su hermosa hija, y mandó buscar
el platino más precioso y puro para el vestido tan plateado como la luna, los
brillantes más deslumbrantes para el vestido tan brillante como las estrellas y
un trocito de piel de todos los animales del mundo para el abrigo de toda clase
de pieles.
La noche de su cumpleaños, mientras todos dormían, la
princesa Hanna cogió el vestido tan plateado como la luna, el vestido tan
brillante como las estrellas, el cofre de su madre con el colgante en forma de
estrella y el anillo de boda, se puso el abrigo de toda clase de pieles que le
cubría las manos y la cara, se recogió su cabello tan dorado como el sol y se
adentró en la oscuridad del bosque.
La princesa no se planteó ni por un momento dar la vuelta
y volver al castillo, es cierto que tenía frío y estaba algo asustada, pero
aunque quisiese mucho a su padre no podía permitir que la obligasen a pasar su
vida con un hombre al que ella no había elegido por amor.
Pasaron los días y la princesa Hanna seguía avanzando por
el bosque sin mirar atrás. Hasta que una mañana escuchó el ruido de unos
caballos galopando y se escondió al lado de un árbol. No se debió esconder lo
suficientemente bien porque los hombres que iban subidos a los caballos la
vieron. Al principio la confundieron con un extraño animal, ya que estaba sucia
y el abrigo de toda clase de pieles cubría casi todo su cuerpo, pero enseguida
se dieron cuenta de que era una chica. Le preguntaron su nombre, pero la
princesa Hanna solo dijo que no sabía quién era ni cómo había llegado hasta
allí, que se llamaba “Toda clase de pieles”. Los hombres, que eran consejeros del
príncipe, decidieron llevarla a palacio para que él mismo decidiera qué hacer
con ella.
Cuando llegaron y el príncipe Henry vio que estaba tan sucia
y demacrada, ordenó que le proporcionasen ropa limpia y un puesto de ayudante
en la cocina.
La princesa Hanna no quiso quitarse su abrigo, por lo que
todo el mundo la conocía como “Toda clase de pieles”.
El cocinero era un buen hombre que siempre estaba
dispuesto a enseñar a “Toda clase de pieles”, y ella era una buena aprendiz,
siempre atenta y servicial. Pronto se cogieron mucho cariño y se consideraron
una familia, ya que el cocinero estaba solo en palacio.
El príncipe Henry pasaba todos los días por la cocina, y
gracias a su gran carisma, inteligencia y presencia, poco a poco fue enamorando
a “Toda clase de pieles”. No quería decirle quién era en realidad por si la
rechazaba y la devolvía a su reino donde la obligarían a casarse con un hombre
que no fuera como Henry.
Dos o tres años después de la llegada de “Toda clase de
pieles”, el príncipe Henry anunció que iba a elegir esposa, y que para ello organizaría
una fiesta que duraría dos noches.
“Toda clase de pieles” le pidió al cocinero que por favor
le dejase ir a ver el baile, ya que nunca había estado en uno, y que se
quedaría detrás de una cortina para que nadie la viese.
El cocinero, que era muy bueno y considerado, accedió a
que fuese con la condición de que cuando la gente se empezase a marcharse ella
volviese a la cocina para limpiar.
“Toda clase de pieles” aceptó y fue corriendo a su
habitación, se lavó la cara y los brazos, soltó y cepilló su melena tan dorada
como el sol, se puso el vestido tan plateado como la luna que le regaló su
padre y se fue al baile.
Nada más verla, el príncipe Henry quedó embelesado. Solamente
quería bailar con ella, y se dio cuenta de que a parte de ser la mujer más
hermosa que había visto en su vida, era también inteligente e interesante.
Cuando la gente empezó a marcharse, “Toda clase de
pieles” se disculpó ante el príncipe y se fue corriendo a su habitación, se
ensució la cara y las manos con un poco de ceniza de la chimenea, se recogió el
pelo, se volvió a poner su abrigo de toda clase de pieles y bajó a la cocina a
limpiar. El cocinero le pidió que le hiciese un caldo al príncipe para cenar
porque él ya estaba muy cansado de estar todo el día en la cocina. Entonces “Toda
clase de pieles” le preparó un caldo con mucho amor, se lo puso en un bol y
dejó caer dentro el colgante con forma de estrella que le regaló su madre, se
lo subió al príncipe y se marchó a su habitación.
El príncipe nunca había probado un caldo tan rico, pero
para mayor sorpresa, encontró al fondo del bol el colgante en forma de
estrella. Lo observó extrañado y lo dejó encima de su mesilla de noche.
Al día siguiente, el último día de baile, “Toda clase de
pieles” volvió a pedirle al cocinero que le dejase ir al baile, y éste aceptó
con las mismas condiciones de la noche anterior.
Una vez más, “Toda clase de pieles” fue a su habitación, se
lavó la cara y las manos, soltó y cepilló su melena tan dorada como el sol, se
puso el vestido tan brillante como las estrellas que le regaló su padre y fue
al baile.
Cuando el príncipe la vio con aquel vestido tan brillante
como las estrellas, en seguida lo asoció con la estrella que había encontrado
en su bol la noche anterior, pero no dijo nada. Simplemente se limitó a bailar
con ella toda la noche y, en un descuido, le colocó un anillo en la mano
izquierda sin que ella se diese cuenta.
Una vez más, cuando la gente empezó a marcharse, “Toda
clase de pieles” se disculpó y se fue a su habitación corriendo para ensuciarse
la cara y las manos, recogerse el cabello tan dorado como el sol, ponerse su
abrigo de toda clase de pieles e ir a la cocina a prepararle la cena al
príncipe Henry.
Cuando subía a su habitación para dejarle el caldo, dejó
caer el anillo de boda que le había dado su madre en el bol.
Al dárselo al príncipe, éste le pidió que se quedase para
que se llevase el bol nada más acabar, y cuando esto pasó, vio el anillo al
final del bol.
“Toda clase de pieles” negó que fuese suyo, pero entonces,
el príncipe Henry la cogió de la mano izquierda, comprobó que llevaba el anillo
que le había puesto mientras bailaban y le dijo: sé que has sido tú quien ha
dejado este anillo en el bol, y sé que es la pareja del que yo te he puesto
esta noche en la mano mientras bailábamos. También sé que tú eres la mujer con
la que he estado soñando toda mi vida, y que si tú accedes a casarte conmigo,
te prometo que te haré la persona más feliz del mundo. Ella aceptó encantada y
le contó toda su historia al príncipe Henry, quien prometió protegerla y
cuidarla toda la vida, y así fueron felices por siempre jamás.
Cambios realizados
En primer lugar he cambiado el tema del incesto porque no
es algo natural ni estrictamente necesario para el resto de la historia.
De esta forma, he cambiado también el motivo por el que
la princesa abandona el núcleo familiar aunque manteniendo que la razón es
porque no quiere casarse con alguien por obligación.
No he cambiado el principio de la historia donde la madre
muere porque la muerte es algo natural que está en el día a día y los niños se
tendrán que enfrentar a ello tarde o temprano, por lo que no lo he querido
convertirlo en un tema tabú. Pero sí que he cambiado la primera promesa, ya que
no tendría sentido que le pidiese al rey que se casase con una mujer más
hermosa que ella porque quería quitar la parte del incesto, así que lo he
cambiado de tal forma que busque un esposo para su hija.
He quitado una de las noches de fiesta y por lo tanto uno
de los vestidos y uno de los símbolos de la madre. Esto lo he hecho para que el
cuento sea un poco más corto y así no se les haga demasiado pesado a los niños
de la edad escogida (6 -7 años).
También he cambiado el símbolo de la madre, ya que al
quitar una noche de fiesta, el príncipe tiene menos pistas para averiguar que “Toda clase de pieles” es la misma chica con
la que baila, y por ese motivo he añadido una estrella, que es una pista del
vestido que lleva al día siguiente.
Al quitar el vestido tan dorado como el sol he querido
ponerle esas características al pelo de la princesa, aprovechando así que en el
cuento inicial se dice que es rubia y es un rasgo muy característico y que me
había llamado la atención.
He omitido el detalle de que al principio, el cocinero no
quería tener ayudante, ya que no me parecía algo imprescindible y tarde o
temprano se quieren como si fuesen familia, así que así agilizaba el proceso
una vez más, para no hacerlo demasiado largo y pesado para los niños.
Webgrafía:
Perfecto.
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